En algún momento ese libertinaje al que le has hecho tanto caso durante tanto tiempo se cansa y te deja con un impulso voraz que te hace estrellar contra un fuerte abismo.
Quedas con las manos vacías, miras hacia atrás preguntándote qué tenías, qué era real, qué era imaginario y qué, sólo era una fugaz ilusión. Devuelves tu mirada al frente y te preguntas qué sigue contigo a tu lado, qué es verdadero que no se ha logrado escapar.
En este momento la película se devuelve al comienzo de la escena para recordarte que no has sembrado nada últimamente para venir a recoger ahora cosecha alguna.
Te das cuentas que estas solo tú, tu cuerpo magullado y la soledad al lado acompañándote a ver el esplendor de un paisaje que te regala un escalofriante abismo. Ese paisaje en donde, mirar hacia arriba te deslumbra, y mirar hacia abajo te hace recorrer un perturbador y lento escalofrío de sólo pensar que el final está a solo un paso, pero a tiempo prolongado de incertidumbre.
Con la cabeza abajo y un cuerpo adolorido por el reciente golpe, recoges algunos trozos de lo que todavía te queda y comienzas a caminar, tratando de no caerte, por la debilidad de tus pasos sin sentido.